Hace veinte años cayó el Muro de Berlín, el llamado Muro de la Vergüenza. Una afrenta que separaba en dos parte a Alemania. Bien caído está, una alegría para el mundo que desde ese momento se hizo algo mejor. Hay que honrar a las 160 personas que murieron por saltarlo huyendo de la opresión.
Pero no es el único que existe. Hoy tenemos otro muro quizás peor.
El muro es gris, liso e indeferente al dolor. Es una representación mnecánica, a gran escala, del juego de Lego. Separa a la Humanidad. Es una cruelda que condena al hambre y exterminio al pueblo palestino y condena a la vegüenza al pueblo judío.
Es el exponente más alto de la opresión del sionismo judío sobre una pueblo errante, sin medios de sussitencia, con niños que mueren a diario o por el hambre o por las balas.
En Berlín han sido 160 muertos en 40 años; en Palestina esa cantidad se ha alcanzado en solo un año.
¡Abajo los muros! vergüenza debería darles a nuestros políticos doblegarse a las exigencias israelís.
Lucía M.
El muro es gris, duro, liso e indiferente.
El muro no tiene la prestancia de la belleza arquitectónica. Es una reproducción mecánica del juego de Lego a gran escala, jugado más allá de la frontera de la dignidad humana, una pieza después de otra sobre la carretera, casa, terrenos, olivos y recuerdos de generaciones de antiguos ciudadanos de esa tierra.
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